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Con un suave giro, el gran reactor enfiló la pis-  ciudad como aquella, acostumbrada a trabajar
                          ta de aterrizaje y se dispuso a tomar tierra. Al   mucho, percibir buenos salarios…y disfrutarlos.
                          frente,  los últimos rayos de sol encendían con   Muchas empresas tuvieron que cerrar y el paro
                          dorados destellos el horizonte del océano Pací-  se generalizó. La gente volvió sus ojos al ban-
                          fico. Atrás se oscurecía un brumoso paisaje por   co en busca de ayuda para pagar sus hipote-
                          el que serpenteaba el gran río Amazonas al que   cas, reflotar empresas, en pocas palabras, para
                          se habían estado aproximando cuando el avión   sobrevivir. Anselmo fue llamado por el director
                          comenzó a perder altura. Con un rugido de sus   territorial a la capital para recibir instrucciones.
                          poderosos motores frenando el impulso,  la ae-  Introducido en un impresionante despacho con
                          ronave se deslizó por la pista del aeropuerto   paredes  de nogal repletas  de  obras de arte
                          de Lima hasta detenerse por completo tras un   avanzó  hasta  la  figura  imponente,  por  obesa,
                          estremecimiento en lo que fue un aterrizaje per-  del Sr. Director  parapetada tras una gran mesa
                          fecto. Comenzó entonces una febril actividad de   de caoba y encaramada en un  sillón de cuero
                          los pasajeros recogiendo sus equipajes y dispo-  negro del que ascendían volutas de humo del
                          niéndose a desembarcar. Anselmo se estiró pe-  habano que estaba disfrutando (“¡eso de que
                          rezosamente en su asiento sin ninguna prisa por   el tabaco es malo son mariconadas de los que
                          salir. A su lado Mercedes, su mujer, trataba de   fuman mal tabaco”, masculló). Sin levantarse, le
                          ordenar el pequeño espacio que ocupaban los   tendió una mano fría y húmeda indicándole un
                          dos asientos, sembrado de revistas, periódicos,   asiento frente a él.
                          mantas y toda clase de objetos que se habían
                          estado acumulando en lo que fue su “hogar” du-  - Bien, bien, bien, Anselmo -comenzó con una
                          rante las casi doce horas que había durado la   aflautada voz-. Puede imaginarse para lo que le
                          travesía desde Madrid. Comenzaban unas pro-  he llamado. Las cifras de negocio en la sucursal
                          metedoras vacaciones después de un año de   que usted dirige son desastrosas. Se han con-
                          intenso trabajo como director de la sucursal de   cedido préstamos y moratorias sin las menores
                          un importante banco en la población industrial   garantías y esto no puede seguir así.
                          donde habitaban. Anselmo, todavía soñoliento,
                          rememoró  los  últimos  meses  en  el  banco:  Los   - Si me permite Sr. director… -balbuceó Ansel-
                          problemas se habían encadenado uno tras otro.   mo.
                          Comenzaron con la reducción de empleados,
                          lo que le obligó a trabajar más horas. La crisis   - No le permito nada más que escuchar -tronó la
                          económica del país se hizo más evidente en una   vocecilla-. Se lo diré una sola vez: se acabaron

                                                                                                    // creación literaría  293
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