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MISCELÁNEA Y COSTUMBRISMO
El Santo Negro
Rodolfo Amat Sirvent
uchas veces me he pregun- en su ladera. También entiendo la llamativo el poder de convocatoria
tado por el origen de la “aventura” de ir al Pantano, pasar de un paraje inhóspito, sin manan-
antigua costumbre de acu- el túnel, correr entre los tarays, etc. tial , sin pinada, sin pradera, sin “ná
dir en Pascua a los sitios Incluso la “ascensión” a la cumbre de ná”... He vuelto varias veces al
tradicionales: el Arenal, el de Bateig, agotadora pero recom- lugar, guiado por unas fotografi as
MSanto Negro, la Tía Gerva- pensada por la vista panorámica de que tomó mi padre hace más de
sia... En la actualidad se puede or- la ciudad. Recuerdo con agrado la setenta años, replicando las foto-
ganizar una “quedada” vía teléfono romería a La Tía Gervasia, los jue- grafi as: los pedruscos siguen allí...
móvil y reunir en pocas horas a una gos en la era bajo el gran pino. Lo pero ahora en color. Recuerdo algo
multitud en cualquier sitio, pero an- que nunca he entendido es la rome- chusco de ese día: un señor se pa-
tes pasaban generaciones desde un ría al paraje de El Santo Negro que seaba por aquellos andurriales con
hecho puntual para que aquello se tenía lugar el segundo día de Pas- un paraguas negro abierto. De los
convirtiera en tradición. cua. Recuerdo la difi cultad de andar extremos de las varillas colgaban
Comprendo fácilmente la atrac- por aquellos secarrales alomados, caramelos atados con un hilo. Mien-
ción del Arenal. El disfrute de los pe- cortados por pequeños barrancos, tras subía y bajaba el paraguas, sal-
queños (¡y no tan pequeños!) estaba ramblas secas con pedruscos donde modiaba una letanía: “Con la boca
–como se dice ahora- en el ADN de era difícil ubicar las posaderas para sí, con la mano no”. Los chiquillos
todos los chiquillos que retozamos hincarle el diente a la mona. Es muy le seguíamos brincado entre las pie-
dras, pero pocos eran los afortuna-
dos que alcanzaban con los dientes
el dulce premio. La mayoría, encani-
jados de la posguerra, ni nos aproxi-
mábamos y eso que –astucia no nos
faltaba- esperábamos encogidos en-
cima de alguna piedra, dispuestos a
saltar apenas se aproximara el brujo
aquel...¡y es que en los años cuaren-
ta un caramelo era un tesoro y cual-
quier novedad, una fi esta!
Intrigado por el origen de esta
tradición y siguiendo la costumbre
de mi profesión, empecé a investi-
gar haciendo preguntas...y recibien-
do pocas respuestas. Lo primero
que llama mi atención es lo rápido
que se ha borrado de la memoria
Día de Pascua en el Santo Negro de los mayores aquel día de Pascua,
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