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rentaban estar tristes, porque el ambiente festivo allí, delante de sus ojos. Era una estampa de un
pueblo levantino de principios del siglo XVI. No
que les rodeaba daba a entender que la partida
había tiempo que perder. Se volvió a la cama.
se realizaba con ilusión, en un clima distendido
Tenía que descansar unas horas, antes de po-
y sin atisbo de haber sido forzada. Inés sabía
nerse a hacer averiguaciones al día siguiente,
que esto era aportación subjetiva del artista. El
en cuanto terminara de trabajar. Necesitaba sa-
mensaje que el rey Felipe III quería transmitir ber quién era esa familia y para ello tenía que
con estas obras de encargo era obvio: era un investigar qué pueblo era ese.
claro testimonio de difusión y adoctrinamiento
para convencer de lo acertado de la decisión de No le costó mucho trabajo. Unas cuantas horas
la expulsión. Por eso Inés no se sorprendió de de navegación por internet, viendo fotografías
antiguas de pueblos levantinos y, sobre todo,
entrever ese halo de tristeza difícil de captar. Se
una intuición: la de que aquella imagen tenía
sintió aturdida. Le flojeaban las piernas y no po-
algo que ver con Zoraida y su historia. Pronto en-
día pensar. ¿A qué venían de nuevo esas voces?
contró un retrato de Laurent, en el que aparece
¿Se estaría volviendo loca? ¿Qué tendría que ver
la Elda del siglo XIX, con sus tres grandes mo-
Zoraida en todo esto? No había vuelto a tener numentos: el castillo, la iglesia de Santa Ana y
contacto con ella desde que salió del hospital. el convento de los Padres Franciscanos Nuestra
Decidió irse a casa y dormir. Segura de que al Sra. de los Ángeles. ¿Por qué esta obsesión con
día siguiente lo vería todo de otro modo. Elda y con Zoraida? ¿Qué clase de revelación se
le estaba mostrando? ¿Y por qué a ella?
A la mañana siguiente, Inés se hallaba enfras-
cada en su trabajo. Intentaba hacerlo todo con Inés estuvo muchos días viviendo en una burbu-
impecable pulcritud. No había tiempo que per- ja. Apenas comía ni dormía. Solo trabajaba en
der. Pero a la vez era escrupulosa y no cesaba el cuadro y dedicaba las escasas horas libres
hasta que cada cuadrante quedaba perfecta- que tenía a saber más sobre la expulsión de los
mente limpio y en condiciones. Llegó a la parte moriscos. Así se enteró de que en Elda y Pe-
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inferior izquierda del cuadro y sintió miedo de trer fueron más de 500 familias mudéjares , las
que se repitiera el episodio de alucinaciones de que tuvieron que abandonar sus viviendas y po-
la noche anterior. No pasó nada. Continuó tra- sesiones para marchar a un futuro incierto, por
bajando hasta bien entrada la noche y luego se la simple razón de que el régimen sospechaba
marchó a casa. Hacia las dos de la madrugada que, aunque se habían convertido al cristianis-
se despertó y se incorporó en la cama. Una ima- mo, continuaban practicando en secreto el Islam
gen se había quedado en su retina. La imagen y se temía que una rebelión, como la de las Al-
de una familia morisca despidiéndose de una pujarras, le arrebatara el poder a la Monarquía.
niña. La abrazaban, la besaban y le hacían en- También supo que el Conde de Elda, señor de la
trega de una gargantilla de oro. La niña entró en baronía de Elda, que paradójicamente coman-
una casa y ellos se marcharon cargando unas daba una de las galeras, hizo desembarcar a
alforjas donde llevaban todas sus pertenencias. varias familias de Elda y Petrer, los más ricos,
Rápidamente, Inés cogió unos lápices de colo- para que regresaran a sus tierras, ya que la ex-
res y empezó a dibujar la escena. Puso especial pulsión suponía para él una gran pérdida en re-
cuidado en plasmar el escenario, cada detalle cursos humanos y económicos.
del pueblo que había visto en su mente. La casa
era una casa pobre, con una estera en vez de Cuanto más averiguaba, más pena sentía por
puerta, un techo plano de madera y solo tenía aquellas familias y empatizaba con el sentimien-
una ventana. Pero le llamó la atención que esta- to de desarraigo de aquellos que, tras ser expul-
ba al pie de un castillo, una gran fortaleza. Diría- sados de sus ciudades y sus casas, llegaron a
se que era un alcázar, con apariencia señorial, las ciudades de Tremecén y Mostagamén, cerca
en el que destacaban seis torres. También veía de Orán, para luego desplazarse a Fez, Marrue-
al lado del castillo una iglesia con una de sus to- cos, Argel, Túnez y Tetuán, donde fueron recibi-
rres inacabadas y a lo lejos se divisaba la silueta dos con desprecio y fueron objeto de todo tipo
de un gran monumento, un edificio de arquitec- de robos y humillaciones. ¡Qué pena! ¡Qué sen-
tura civil que parecía un convento. Lo tenía todo sación de desarraigo! Ni de aquí, ni de allá. No
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