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alborada Cuarenta años
uarenta años tenía cuando tonces, lo que le había gustado la que Berta Civera Coloma
abrir y cerrar de maletas y las anéc-
faltó su marido, Pedro, nues- daba esa semana Salvador Pavía, dotas que, a la vuelta, nos contaba de
tro padre. Y, teniéndolo en Manuel Román o aquella chica de la Anita Pons, Juanita o Tordera.
el corazón pero ya no aquí, Universidad de Alicante. A los carretes y papel de revelado
Cpara hacerlo todo a su lado, Si escuchar le sentaba bien, mu- pronto les acompañaron buriles, pin-
con una mano cerró la puerta de la jer que se definía «práctica» sería de celes, tijeras. Aprendió a trabajar el
fábrica y, recordando sus palabras: las primeras en inscribirse a las Ac- barro y la porcelana y a cocerlos, con
«no te quedes en casa» con la otra, tividades. De la mano de Norberto Celia Payá. Y nuestras conversaciones
llamó a la de la Asociación de Viudas. Navarro, esa madre que, de forma de aquella época trataban de tempera-
No podía imaginar, entonces, qué intuitiva, tanto fotografió nuestros turas, esmaltes, número de cocciones,
poco iba a tardar Parra, en pedir a primeros años, el primero de Las expectativas y tiempos de espera hasta
esas buenas mujeres colaboración Aulas aprendió a revelar en blanco que se abrían las puertas del horno, se
para poner en marcha en Elda, las y negro. Poco después, también lo desvelaba el resultado y se comproba-
Aulas, y como esa oportunidad iba a haría en color, con el procedimiento ba si había o no, sorpresas.
dar vida a sus días, alas. experimental de su maestro. Y así lo El dibujar con tizas y pintar al
No tener la edad para el experi- prueban las miles de fotografías per- óleo lo descubrió con Gabriel Po-
mento acabó siendo trivial, insigni- fectamente catalogadas de los viajes veda. Con Patrocinio Navarro, se
ficante, frente al reto de configurar que por toda España organizaba, inició en la acuarela. Y con Cristina
y concebir los primeros pasos de su la entonces presidenta, Ana Vera, Poveda, nieta de Gabriel, que ani-
andadura. Esa circunstancia, le per- nuestro recuerdo adolescente de su maba a experimentar, nos llegó a
mitió dar evidencia de sus posibili-
dades y sentido. Y, disfrutarlas desde
entonces, hasta las clases de memo-
rización en el Cefire, al menos cinco
o seis años pasados los ochenta.
En todos estos años, no se perdió
conferencia, fuera de historia, lite-
ratura, geografía, derecho, medicina
o ciencia, hasta que se las llevaron
«allá abajo, a Paurides» y, solo cuan-
do ya no le acompañaron el corazón
ni las piernas.
Si querías encontrarla solo tenías
que buscar la fila. La verías, sonrien-
te, al lado de Remeditos Román,
muy cerca de Petra, Genaro y su en-
trañable, Armando Maestre. Cuán- Reconocimiento tras la selección de una de sus piezas para una
tas veces nos iba a contar, desde en- exposición nacional.
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