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alborada




                 ¡Cómo no te voy a querer Elda!
              cuando he disfrutado aquí mismo
              las cucañas de San Antón, que desde
              uno de los balcones de la carnicería de
              José Cano a otro de la casa de Pepito
              González tiraban una cuerda y en el
              centro ponían un pobre animal. A la
              puesta de sol, la hoguera, que junto a
              mis  hermanos  esperábamos pacien-
              temente hasta última hora en que las
              ascuas fueran apagándose para que
              mi abuela Acacia o mi madre nos di-
              jera: “Nene, échale cisco al brasero y
              coge unas brasicas”.
                 Luego llegaba la Semana Santa,
              aguardando con impaciencia a que
              mi padrino procesionara junto a la
              Cofradía del Santo Sepulcro, yo es-
              perando en la puerta de Pompilia y a
              su paso que me dejara un puñado de
              caramelos.                          por el rey Juan II de Aragón. Con sus   char la Misa de Gallo. Me embelesaba
                 Mis recuerdos me llevan a las pas-  puestos  de  juguetes  y  turrones.  Sus   con sus villancicos.
              cuas: el Arenal, el Santo Negro y La   enormes cajones de madera donde     ¡Cómo no te voy a querer Elda!
              Tía Gervasia, tres días seguidos de   transportaban todas nuestras ilusio-  cuando has sido un pueblo acogedor,
              fi esta que nos servían para el estreno   nes y que a la chiquillería nos servía   de brazos abiertos para recibir a cuan-
              de las zapatillas y la camisa a cuadros   para perdernos entre ellos.   tos han llegado a ti con la esperanza
              y, ¡cómo no! para pedir la merienda a   He vivido la Navidad, cuando en   de encontrar en tu seno un futuro
              la niña de mis ojos… hoy parte inse-  Nochebuena, a las 12 menos cuarto,   mejor y seguro, una nueva ilusión
              parable de mi vida.                 estábamos todos preparados junto    para su vida, para su familia; Elda
                 Las monas, uno de los pocos ves-  a la familia Hernández y siempre,   se ha visto agradablemente honrada
              tigios  que  afortunadamente  todavía   siempre, alguna persona más que en   con familias de Tobarra, de Hellín,
              conservamos como tradición, nos     esos momentos vivía con nosotros,   de Jumilla, de Almansa, de Yecla, de
              sirven como hilo conductor de nues-  porque mi casa era un hogar abierto   Arcos de la Frontera… A todos ellos
              tra historia. Recuerdo la panadería   a todo el mundo, y acudíamos a escu-  debemos de agradecer que hayan sido
              de mis abuelos y las 7 u 8 que esta-
              ban cercanas a esta plaza ¡se respiraba
              ambiente de toñas y monas¡
                 He vivido las Fiestas de Moros y
              Cristianos, cuando los desfi les termi-
              naban cerca de la parroquia. Gozaba
              viendo a mi padre desfi lar con los pi-
              ratas, siendo uno de los primeros ca-
              pitanes en la historia de la comparsa.
                 Nuestras  Fiestas  de  Fallas, con
              los  llantos  y  alegrías  que  suponía
              contemplar desde estos balcones las
              distintas comisiones exhibiendo el
              premio especial, y ¡cómo no! esperan-
              do que el especial fuera para la de la
              Plaza de Arriba.
                 En esta Plaza de Abajo he vivido
              la feria de la Inmaculada, 550 años de
              historia desde que nos fue concedida

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