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A la izquierda del espectador, el verde oscuro
                                                                                 de los pinos que rodean el depósito del agua.
                                                                                 Surgen blancas y grisáceas en el centro y de-
                                                                                 recha de la ciudad, las masas de los altos edi-
                                                                                 ficios  modernos.  En  el  camino  de  la  estación,
                                                                                 apenas destacan de su triste colina las terrosas
                                                                                 ruinas del castillo, pero las torres de la Iglesia
                                                                                 de Santa Ana se yerguen triunfales inundadas
                                                                                 de luz, como símbolo de las cosas eternas. Por
                                                                                 el oriente flota un grupo de nubes verdes-ama-
                                                                                 rillentas, y las márgenes del río, el puente, las
                                                                                 casas y los bancales de primer término, van
                                                                                 quedando poco a poco inmersos en los gri-
                                                                                 ses, azules y violetas del ocaso. Muy cuidado
                                                                                 el detalle, rica en colores la paleta, y tratado
                                                                                 con cariño el tema, la obra merece destacarse
                                                                                 especialmente, y como una más de las afortu-
                                                                                 nadas creaciones de nuestro pintor eldense-.
                                                                                 (Gonzálvez, 1961)

                                                                                 Un pintor enamorado del Valle


                                                                                 Después de una vida dedicada a la pintura,
                                                                                 Gabriel Poveda, a mediados de la década de
                                                                                 1980 sintió una perenne necesidad, que no tuvo
                                                                                 respuesta por parte del concejal de cultura,
                                                                                 desaprovechándose la única ocasión en vida
                                                                                 de un pintor apasionado y enamorado del Valle.
                                                                                 Y es en la tirada del semanario Valle de Elda (nº
                                                                                 1983-1-12-1995)  de  donde  reproducimos:  -…
                                                                                 intentó establecer una relación con el ayunta-
                                                                                 miento, pocos años antes de su muerte, para
                                                                                 la conservación de la obra en Elda, y quedó to-
                                                                                 talmente defraudado por el escaso aprecio en
                                                                                 que se tuvo su oferta…-. (A. Navarro, 1995:9).
                                                                                 Gabriel Poveda falleció el 1 de septiembre de
                                                                                 1990 y sus cenizas, cumpliendo su voluntad,
                                                                                 fueron esparcidas en la emblemática sierra del
                                                                                 Cid frente a su paisaje familiar de Petrer con
                                                                                 reflejo del rojo-anaranjado, del dorado-pálido y
                                                                                 del verde tapiz. También delante de su queri-
                                                                                 da Elda sugiriéndole el  rojo-amarillento y con
                                                                                 las dos torres triunfales inundadas de luz sobre
                                                                                 tonalidades azules-violetas. En vísperas de su
                                                                                 muerte en 1990, hasta el último momento estu-
                                                                                 vo preparando con esmero la exposición de su
                                                                                 obra en el Salón de Actos de CaixaPetrer, en la
                                                                                 que se esperaba estuviese presente, por lo que
                                                                                 se convirtió en una muestra póstuma. Su amplia
                                                                                 obra se encuentra presente en colecciones par-
                                                                                 ticulares y entidades públicas, plasmando con
                                                                                 sus pinceles lo bellos rincones de ambos pue-
                                                                                 blos. El Ayuntamiento de Elda le rindió homena-
                                                                                 je, con  motivo del centenario de su nacimiento
                                                                                 (1912-2012) con una muestra simultánea en el
                                                                                 Casino Eldense y la Casa Grande del Jardín de
                                                                                 la Música, y con un concurso de pintura rápida
                                                                                 al aire libre.

                                                                                                             // perfíles  265
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