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EL CONVENTO EN LA INFANCIA DE EMI- tiempo con sus diarias catástrofes.
LIO CASTELAR (*)
En mi infancia, cuando nos acercábamos al
SAN FRANCISCO Y SU CONVENTO EN ASÍS dos de agosto, y la siega hasta la trilla se ha-
bían acabado, y comenzaban a pintar las uvas
Y aquí en tal momento, a presencia de este tomando claro color violeta las negras y las blan-
espectáculo [en la Montaña de Asís, Italia] no cas transparencia de ámbar; en aquellas tardes
puedo desechar el recuerdo de Elda, del pueblo calurosas henchidas por el chirrido de las ciga-
donde pasaron mis primeros años. Sus monta- rras; en aquellos crepúsculos serenos henchi-
ñas no tienen ciertamente ni esa altura ni ese dos por el unísono vibrar del cántico de los gri-
color; sus huertas y sus campos no se dilatan llos, celebrábase una ceremonia religiosa, una
y espacian de esta suerte; mas aquella vegeta- peregrinación mística, una especie de jubileo
ción meridional, elevando las palmas sobre los que nunca olvidaremos. El convento de nuestro
viñedos y los olivares, iguala y aún aventaja en valle estaba a la sazón desierto. La revolución
hermosura a esta rica vegetación de la Umbría. había expulsado a los frailes. Los fuertes secu-
Y lo que menos puede compararse ciertamen- lares cipreses de su pórtico se perdían y seca-
te, es lo que más provoca el ban. Las fl ores de su antes
recuerdo: la rotonda blan- cultivado jardín se sustituían
Para mí en Asís está la poesía
ca de la Porciúncula con la por legumbres o heno. Las
de la inteligencia, y en Elda la
verde rotonda de nuestra tablas de sus ventanas, me-
poesía del corazón.
iglesia. El gótico monasterio dio caídas meneábanse tris-
franciscano de este dilatado temente a impulsos del vien-
valle con el vulgar monasterio franciscano de to. Las piedras de sus paredes y muros medio
nuestro estrecho valle. Pero ¿qué queréis? Para sacadas de quicio, amenazaban una completa
mí en Asís está la poesía de la inteligencia, y ruina. Las campanas habían sido arrancadas a
en Elda la poesía del corazón; la humanidad y las altas torres, siempre silenciosas; el culto in-
la historia surgen aquí a la manera de templo terrumpido en los altares casi desnudos, y las
inacabable lleno de un espíritu misterioso, cuya puertas del santuario cerrándose como si fue-
profundidad no puede sondearse; y allí entre las ran las puertas de un sepulcro. Algunas veces,
ramas de débiles arbustos, se esconde todavía cuando íbamos a coger brevas a una higuera
el nido formado por blancas lanas enredadas cercana, asomábamos los ojos por varias ren-
en las zarzas o por secas hierbecillas, donde dijas y hendiduras hechas en la puerta, y a la
se guardan en reducidos límites los recuerdos escasa luz de solitaria lámpara, conservada por
de hogar y familia que lluvias de lágrimas no la piedad de oscuro guardián, resto viviente y
han podido anegar completamente ni destruir el animado de tanta ruina, pero triste como las ci-
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