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cuta y la ortiga (…) Veíamos algunos reflejos del   parecía, ora que columbrábamos sus almas en
                          dorado que se descascarillaba en las columnas,   el cielo, ora que las sentíamos venir a rozar con
                          alguna sombra de los abandonados santos pa-  sus angélicas alas nuestras sienes y a depositar
                          recida a sobrenaturales fantasmas.         un mudo beso en nuestras serenas frentes. Lue-
                                                                     go seguíamos en la peregrinación, llegábamos
                          Solamente, en el dos de agosto, las puertas   al seráfico monasterio cercano al camposanto y
                          se abrían, los pavimentos se regaban, compo-  rezábamos con todo recogimiento las oraciones
                          níanse los altares como para una fiesta, las ve-  de rúbrica prescritas por los ritos, a cuantos an-
                          las brillaban sobre el ara tras las flores, y en la   helan ganar el jubileo de la Porciúncula en el día
                          capilla mayor, una tosca, pero mística escultura   de la Virgen de los Ángeles.
                          en madera que representaba a San Francisco
                          recibiendo de Cristo aparecido en los aires los   Al volver, la noche bajaba sobre el valle, las lu-
                          estigmas de las cinco lla-                                 ciérnagas lucían en el folla-
                          gas, juntaba en el templo a   Nosotros, los muchachos de la   je, las primeras estrellas en
                          los creyentes, despertaba la  familia, salíamos acompañados   el  cielo;  y  la  campana  que
                          fe y la esperanza, atraía las   de nuestras madres y de nues-  suena en las alturas para
                          oraciones  del  fondo  de  las   tras tías a ganar el jubileo   conjurar las tempestades
                          almas a la inmensidad de                                   del aire y contar los muertos
                          los cielos como atraen los rayos del sol  a las al-  de la tierra, anunciaba el Ave-María, saludando
                          turas los vapores de las bajas aguas y las bajas   a la Madre del Verbo e infundiendo con sus sa-
                          tierras.  Nosotros,  los  muchachos  de  la  familia,   grados acentos religiosas emociones en nuestro
                          salíamos acompañados de nuestras madres y   pecho. ¡Cuántas veces, al entrar en casa, las
                          de nuestras tías a ganar el jubileo con aquella   manos llenas de flores y de frutos recogidos al
                          piedad meridional tan risueña, tan expansiva,   paso, los labios perfumados aún por las plega-
                          tan  humana,  que  da  al    cumplimiento  de  los   rias, las rodillas empolvadas en el pavimento del
                          deberes religiosos y a las ceremonias del culto   templo, después de haber oído contar varios pa-
                          católico, aspecto de fiesta. Desde el pueblo al   sos de la historia de San Francisco, hubiéramos
                          convento se dilata extensa campiña, verdadero   dado algunos años de esta vida, que ya des-
                          jardín. Las olivas engordaban ya; las almendras   ciende tristemente de su cenit y que entonces
                          se abrían empapadas en aromática goma; ne-  nos parecía eterna, por visitar Santa María de los
                          greaban las uvas; doblabánse los granados al   Ángeles, por ver la casita de las prácticas pia-
                          peso  de  las  granadas;  sobre                            dosas, la cuna que recuer-
                          las plantas del maíz surgían   Llegábamos delante del ce-  da Nazaret, el sepulcro del
                          los amarillentos sedosos espi-  menterio, donde descansaba   santo en Asís, lugar bendito
                          gones, y sobre la aterciopela-  nuestra abuela y una tierna   y querido, el más sagrado
                          da  alfalfa  las  moradas  flores;   niña de la familia    en nuestro culto después
                          los campos de anís blanquea-                               del sepulcro de Cristo! Al
                          ban como si les hubiera caído                              cabo de treinta años, nues-
                          una  nevada;  cimbreabánse  los  cáñamos  y  los   tro deseo se cumple; el cielo nos concede la sa-
                          linos; las puertas de las chozas lucían matiza-  tisfacción de ver estos lugares.
                          dos ramilletes de dondiegos y áureos girasoles;
                          en los secos pedregosos torrentes vibraban las
                          sonoras cañas y florecían las rosadas adelfas.   (*) Fragmento de la obra de Emilio Castelar, Re-
                          Nuestros ojos no se entristecían, no se nubla-  cuerdos de Italia. Madrid, Oficinas de la Ilustra-
                          ban, hasta que llegábamos delante del cemen-  ción Española y Americana, 1884, Segunda par-
                          terio, donde descansaba nuestra abuela y una   te, p. 104-109. Publicado también en El Globo.
                          tierna niña de la familia, y descubríamos las   Diario ilustrado en dos ocasiones, el 29-11-1875
                          cabezas y plegábamos las manos y murmurá-  (N. 243) y el 5-7-1878 (N. 995).
                          bamos algunas oraciones, por cuya virtud nos








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